La reflexiónica bien dieciochérica
Por supuesto, justifiquémonos, el que sea inocente que arroje la primera piedra. En los tiempos que vivimos, cada paso nos cuesta sudor y lágrimas. Nuestra calidad de vida es bastante precaria: salarios insuficientes, abusos de mercado y una mínima presencia del “Estado de derecho” presto a resguardar los aspectos mínimos de nuestro diario vivir. Esto, sumado a un desarticulado contexto social, un aparataje de medios comunicacionales que basurea la cultura y aletarga la conciencia, y un profundo enfriamiento y artificialidad de las relaciones humanas, nos obliga a adoptar actitudes individualistas, prácticas, orientadas a escalar la pirámide salarial lo más rápido posible y así salvar nuestro pellejo. La vida es corta, y queremos disfrutarla, ¿no? ¿Y cómo hacerlo si no tenemos ni pa´ pagar la cuenta del gas?
De todos modos, he llegado a creer firmemente que en este mundo orientado al desempeño sabe dios con qué objetivos, es imperioso detener el tiempo, respirar, y abrir un espacio que permita validar las intenciones, los sueños, las esencias. Para ello, un buen punto de partida es volver la cabeza y mirar hacia atrás y así reconstruir historias y lenguajes olvidados, a ver si logramos reencantarnos con sueños robados, inconclusos. Uno de ellos es nuestro folklore, el cual está tan manoseado que para muchos ha terminado por carecer absolutamente de sentido, como gran parte de los conceptos y movimientos que nos rodean.
Cuando olvidamos nuestra historia, es como si levantáramos una muralla infranqueable entre cada uno de nosotros y nuestros pasados individuales. Enterrar toda una vida, desconociendo cada motivo, cada intención que nos movió en el pasado, puede llevarnos fácilmente a caer en un irremediable sinsentido. Lo mismo vale para una sociedad que olvida sus orígenes, su historia, los lenguajes que inevitablemente se entrelazan en su interior.
Con esta motivación, y como buen chileno, tomando al “mes patrio” como excusa, he decidido hacer un pequeño homenaje a la Violeta Parra, a la folklorista más importante de Chile, a la mujer más influyente de nuestra historia (que me perdone Cecilia Bolocco), a la campesina que odiaba la vida doméstica, y que con un espíritu enorme y luminoso agarró sus pilchas y recorrió Chile en toda su extensión para rescatar historias, sonidos, lenguajes y cultura popular para preservarla en el tiempo. Esta mujer notable, viva, que se quitó la vida por el desamor y el profundo desaire y desinterés de la sociedad chilena por su trabajo, es el ejemplo más claro de alguien que dedica su vida a construir, crear y unificar. Todo ello gracias a la profunda certeza que se siente cuando se tiene un sueño, cuando se quiere alcanzar un objetivo que trasciende al individuo, y que toca la esfera de lo colectivo y lo humano. Violeta Parra, con su guitarra, a la vez que rescataba valores y códigos populares y los convertía en bastiones de identidad, además fue capaz de denunciar injusticias sociales y de crear conciencia en la escena musical. Posicionó a la expresión artística como una herramienta capaz de crear los lineamientos para una sociedad más justa, y gracias a su obra es que nuestro país posee música folklórica que engloba tanto lo social-crítico como lo identitario.
La Violeta (hay que llamarla así, porque es parte de nosotros) es el antes y el ahora de nuestro folklore y de nuestra historia, es el cauce por donde corre aún algo de flujo vital, y que clama por una lluvia generosa y renovada de atención y continuidad de su legado. Creo que difundir su mensaje en Chile (lugar donde, como es de costumbre, menos se le conoce y valora) significa rehacer lazos entre pasado y presente, y de esta manera, mirar hacia el futuro ya no se vuelve tan insípido, pues cuando los viejos sueños cobran vida en nuestro interior, renovados y lavados por nuestro cuerpo, los propios actos se iluminan, y alcanzar un pedacito de cielo y compartirlo con los demás ya no parece tan imposible.
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