The Great Gig In The Sky...
Al mirar por mi ventana sin cortinas, veo a Santiago de Chile siendo bañado por una enorme y luminosa luna llena. Allí está, serena y soñadora, como un agujero en el cielo, majestuosa, trayendo la calma a esta agitada ciudad luego de un día más de existencia. A pesar del mar de luces artificiales que envidiosas la apuntan con el dedo, y que opacan incluso a las estrellas, ella pende impasible, observando, horadando la obscuridad, dando magia a nuestras noches de desvelo y acompañando nuestros más íntimos desvaríos. No será tan poderosa como el sol, claro, ni tan sobrecogedora como una estrella fugaz cruzando el cielo de extremo a extremo, ni tan popular como el cometa de turno que se adueña de las conversaciones de sobremesa. Pero no podemos negar su tremenda presencia, su penetrante lenguaje, su poderoso influjo, aquel profundo halo de misticismo que le imprime al firmamento. Así era Rick Wright en Pink Floyd. Nunca el más brillante, nunca el de más renombre, muy pocas veces desgarró sus teclados para tomarse el protagonismo. Pero sus ideas y ejecuciones aportaban la magia, la psicodelia, el ingrediente esencial en la música de una de las bandas más importantes del universo del Rock. Este es mi pequeño tributo a Richard Wright, quien el día de hoy deja este mundo a la edad de 65 años, aquejado de un extraño y fulminante cáncer. Su carne muere, su alma queda impregnada en melodías entrañables y en nuestros corazones rockeros.
Ya nunca lo escucharemos en el valle de la luna, ni en algún otro lugar. Pero su música es inmortal, y su nombre también.
Gracias por tu música, y buen viaje.
Shine on Rick!
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